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Ciudad de Oaxaca "Reflejo del Mundo y Patrimonio de la Humanidad"


Oaxaca, capital del Estado, declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, debe su fama a la belleza y armonía de su arquitectura, la riqueza de sus tradiciones culturales, la extensa variedad de su comida típica y la templada suavidad de su clima, primaveral durante todo el año. Su nombre se deriva de Huaxyácac, (la cima de los guajes, una especie de acacias; de huaxín, guajes, y yacatl, cima), nombre que aplicaron los aztecas a la cima en la que establecieron una fortaleza en 1486. Nada más al llegar a estas tierras, los españoles fundaron, junto al viejo fuerte, la nueva Villa de Antequera, y, pocos años después, volvieron a la fortaleza azteca para levantar, en la misma cima de los guajes, la que, en 1529, sería fundada, construida y habitada como Villa de Oaxaca.

Los españoles encargaron el trazado de la ciudad a uno de los mejores urbanistas del Imperio: Alonso García Bravo, arquitecto de la ciudad de México y de Veracruz. García Bravo trazó la ciudad a cordel, a partir de la creación de una Plaza Central o Zócalo, alineada de acuerdo con los puntos cardinales y establecida según una sencilla simbología: de un lado de la plaza, sobre el lugar de los muertos para los aztecas, se levantaría la Catedral; del otro, los edificios municipales, las bases del poder civil. De este modo, se pensaba, la plaza irradiaría por toda la ciudad el equilibrio entre lo terrenal y lo sagrado, la Iglesia y el poder civil.

La ciudad floreció durante el virreinato, fue tomada por Morelos en 1812, estuvo en poder de las fuerzas del General Bazaine en 1864 y vio nacer las guerrillas de resistencia organizadas por Porfirio Díaz, Gobernador del Estado. Salvo estos episodios, Oaxaca ha vivido alejada de toda historia militar. Los españoles la diseñaron sin muros, sin defensas, confiados en que la fuerza mágica del Zócalo la protegería de todo mal, como efectivamente ha sido.

El Zócalo, hoy, sigue siendo, además de una de las plazas más hermosas de México, el centro de la vida en Oaxaca. Las arcadas que sujetan el Palacio de Gobierno y los edificios anexos alojan restaurantes, terrazas, portales y cafeterías. Desde primera hora de la mañana ya hay gente platicando en las mesitas, a la sombra de los enormes laureles de la India. La conversación se suele acompañar, según el momento, con chocolate para sopear, café de olla (hervido con canela y azúcar de caña), mezcal con limón y sal de gusanito, tequila, zumos o excelente cerveza. No resulta raro que se asomen por la plaza yerberos, eloteros, sanadores, vendedores de chapulines, artesanos diversos o pulsadores. Los yerberos ofrecen albahaca, estrella de mar y nuez moscada; los sanadores mitigan el insomnio con floripondio y los pulsadores curan el susto y la pérdida del alma. Según Elliot Weinberger, traductor al inglés de Octavio Paz, el Zócalo de Oaxaca es el lugar ideal para no hacer nada.

En el centro del Zócalo, entre el Palacio de Gobierno y la Catedral, se alza, rodeado por laureles y bugambilias, la última contribución europea al equilibrio mágico de la plaza: un templete romántico en el que los martes y los jueves, y a veces otros días, según, toca sones y melodías la Banda del Gobierno del Estado.

El Zócalo se prolonga, por la Catedral, hacia la Alameda, y, en sentido contrario, hacia otra pequeña plaza. La simetría original apenas se rompe. Los espacios libres han sido ocupados por multitud de pequeños puestos que ofrecen animales fantásticos de vivos colores, semillas de amaranto, palanquetas de ajonjolí, aceros españoles, telas teñidas con caracol púrpura, cacao molido con maíz dulce, bocadillos de garbanzos en miel, atole de granillo, chapulines con guacamole o nieves de sabor a fruta.

Desde el Zócalo, la ciudad camina ordenada en calles extremadamente limpias, de tráfico fluido, animadas por la fantasía con que se aplican los guardias de tráfico a dar música a sus silbatos. La calle principal es peatonal; conecta el Zócalo con el templo de Santo Domingo y se la conoce por Andador Turístico. Es el escenario del Museo de Arte Contemporáneo, de muchas de las antiguas casas coloniales, diversas galerías, restaurantes y las más distinguidas tiendas de joyas y artesanías. Al final del Andador se levanta el excepcional templo de Santo Domingo, esplendor del barroco mexicano, con su altar mayor recubierto de hoja de oro, su impresionante decoración interior y las dependencias que alojan el Museo Regional del Estado.

Los templos de Oaxaca son los más suntuosos del sur de México. La imagen de la patrona de la ciudad, María Santísima de la Soledad, llegó a sostener una corona de oro puro que llevaba, incrustrados, seiscientos brillantes y esmeraldas. La Catedral posee catorce capillas laterales de singular riqueza. Y luego están La Merced, San Agustín, San Francisco, la iglesia de la Sangre de Cristo, San Felipe, Santa Mónica y tantos otros que la ciudad bien parece Salamanca, por la profusión de iglesias. Pero el parecido con la capital castellana se acaba en el número. A la singularidad del barroco mexicano de los interiores se añade la originalidad de las fachadas, recortadas por temor a los seísmos y levantadas, en su mayor parte, en piedra verde de cantería; de ahí que algunos hayan llamado a Oaxaca la ciudad de los templos verdes y que todos se maravillen con el color jaspeado que adquieren las iglesias tras una buena tarde de lluvia, a poco que colabore el sol.

Reflejo del Estado, la ciudad cuenta en sus museos con muchos de los más valiosos tesoros regionales, entre los que destacan las joyas de la Tumba 7 de Monte Albán. Goza, también, de la mejor representación de la pintura oaxaqueña, encumbrada internacionalmente por la obra de Rufino Tamayo, Rodolfo Morales y Francisco Toledo, y, a través de sus mercados, exhibe y difunde una de las más ricas y variadas producciones artesanales de México.

De todos los mercados de la capital, el más popular quizá sea el 20 de Noviembre, especializado en comidas, muy frecuentado por los oaxaqueños y capaz de seducir, como los mercados indios, sólo por la calidad de sus aromas. A la entrada se sitúan los vendedores de chicharrones, los puestos de cecina, tasajo y tripitas secas; luego forman los vendedores de chocolate, los puestos de pan. Al fondo se sitúan las barbacoas y las fondas, en las que a todas horas es posible disfrutar de un antojito o de una comida más seria: tasajo de hebras, por ejemplo, seguido de huevo en salsa con ramas de epazote, enmoladas, chilaquiles de frijol, quesillo y, para rematar, frijolitos con hierba de conejo y chochollotes y una buena taza de atole blanco de granillo.

En el mercado Benito Juárez Maza hay también puestos de frutas, verduras, flores, nieves y aguas frescas, huipiles, faldas, bordados, sedas, alebrijes, los pescaderos que ocupan todo una calle, los fruteros y los distribuidores de quesillo, el queso oaxaqueño, formado por tiras deliciosas que, enrolladas unas con otras, acaban por componer un gran queso circular. En el mercado de Abastos hay de todo (telas de San Antonino, cestos y figuritas de Ocotlán, esculturas del Istmo, joyería de Mitla, alfarería de San Bartolo Coyotepec), se ubica junto a la Central Camionera de segunda clase, existen también muchos otros mercados --el Sánchez Pascuas, el Democracia, La Rayita--, casi tantos como iglesias.

Desde Oaxaca se alcanzan con facilidad las grandes ciudades con maravillas prehispánicas (Monte Albán, Mitla, Yagul, Lambityeco), Santa María del Tule con su árbol milenario y los pueblos donde se levantan los magníficos ex conventos dominicos: Yanhuitlán, Teposcolula, Coixtlahuaca, Tamazulapan, Tlacochahuaya o Tlacolula. Líneas regulares de aviación enlazan la ciudad, en poco más de media hora, con los paraísos de la costa (Bahías de Huatulco, Puerto Escondido) y la nueva autopista permite alcanzar México D. F. en menos de cinco horas. Oaxaca es el centro de un estado desbordante en atractivos que expresa lo mejor de todos precisamente en su capital, a partir del cuadrado mágico formado en torno al Zócalo, la plaza ideada para vivir la vida y conocer el mundo, sin más esfuerzo que el de elegir un buen sitio a una distancia justa, correcta y equilibrada, del Palacio de Gobierno y la Catedral.
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